El merengue de mi boda
Después de dos años planeando mi boda, estaba sentada, descansando, tomando una copa y viendo como los invitados bailaban. No estaba en mis planes ponerme a mover la cadera, pero los siguientes cinco minutos, cambiaron totalmente mi vida, con el merengue de mi boda.
Habíamos contratado una orquesta pequeña, con una mujer muy guapa como cantante. Era guapa porque se lo dije a mi marido, pero yo sé que él pensaba lo mismo. En ese momento, la esbelta chica rubia se pone al micrófono y anuncia que va a cantar un merengue para el despecho.
Mi reciente esposo me busca a la mesa y me pide bailar «a dormir juntitos» , de Eddy Herrera y Liz. Me negué. No sé bailar merengue y estaba cansada (los tacones, tú sabes). Pero me insistió tanto que asentí. Él es latino, sabía enseñarme porque mueve bien la cadera. Y empezamos a bailar con la primera estrofa: » Me persigue tu recuerdo todo el tiempo…»
No sé explicarlo… me dejé llevar. Sentía como si hubiese bailado toda la vida. Movía las caderas, contorneaba el pecho y los tacones sucumbían al ritmo. Empecé a gozar de una manera increíble. ¡Y no estaba borracha!, solo había bebido una copa y agua.
En uno de los acordes, mi marido me toma por las manos, me rodea con ellos la cintura y me hace una pirueta, un giro. Y lo que vi fue mágico. El giro duró unos dos segundos. Pero para mi fue un buen rato.
Me casé con el amor en la pista de baile, con el merengue de mi boda. No había nadie en las mesas, Todos estábamos bailando. Veía las sonrisas de mis amigas seduciendo rítmicamente con desconocidos; algunos chicos moviendo torpemente el cuerpo; mi madre moviéndose con mi suegro mientras ambos reían; los niños agarrando a las niñas para dar piruetas; mi abuelo BAILANDO en su silla de ruedas con mi cuñada… todos nos sincronizamos durante 4 minutos y 49 segundos para ser felices al ritmo de la música latina.
De repente, mi esposo me trae consigo a su pecho para terminar la pirueta y seguir bailando. Desde entonces veía por su hombro a cada invitado disfrutar, dejarse llevar y soltarse. No había caras de vergüenza en plan «no sé bailar». No. todos estaban en la pista de baile. Mal o bien, pero todos se estaban moviendo… y sonriendo. No importa que el sudor se condensara en los labios, las bocas seguían curvadas y los dientes se veían perfectamente.
No solo escogí al mejor hombre del mundo. Estaba viviendo mi mejor momento en todo el mundo. Ahí, en la pista de baile.
Cuando estaba a punto de terminar la canción, besé a Gerardo apasionadamente y le dije que me esperara. Fui corriendo al escenario y le susurré a la cantante que siguiera cantando más. Mucho más. Que cantara incluso sus merengues favoritos. No es una música que me encante (hasta hace unos minutos), pero al ver cómo disfrutaban bailando entendí que una boda es un momento de compartir felicidad.
Ella asintió (aparte de guapa, era majísima) y siguió cantando temas que yo no había escuchado nunca, o casi nunca. Pero cumplió su promesa. Nadie se sentó. Todos estaban bailando… ¡hasta mi abuelo siguió girando y girando con su silla de ruedas!
¿Será que ella hacía magia con sus cuerdas vocales?
Y decidí grabar ese momento en vídeo. Porque mi esposo es el mejor, mi boda fue la más bella, yo era la novia más feliz… y quería grabar el momento en que alcancé el «Nirvana», para mostrárselo a mi hija, la que nacería en unos 4 meses.
A mi futura Micaela, le diré: «cariño, ojalá te guste mucho la música. Porque tengo ganas que seas cantante, para que me hagas repetir el merengue de mi boda, pero esta vez, en la fiesta de tu vida».
Así fue el impacto de una boda inolvidable, la cantante, la canción, el bailarín de mi esposo y el espectáculo, que no duró más de cinco minutos, cuando terminaba las notas finales: » Y borrar lo que empaña nuestro amor».